¿Se imaginan a Ramón Calderón presidiendo, en la misma competición futbolística, además del Real Madrid, al Betis, al Valencia, al Málaga, al Deportivo de la Coruña? ¿Y a Joan Laporta compatibilizando las mismas labores en Barcelona (Barça y Espanyol), Sevilla, Murcia, Valladolid y Atlético de Madrid? ¿Se imaginan que, además de dirigir los designios de estos equipos, teóricamente competidores entre sí, fuesen los entrenadores de todos y cada uno de ellos, por sí mismos o a través de sus ayudantes?
¿Pueden sumarle a este desatino la posibilidad de que ambos directivos participasen activamente en todos los equipos, alineándose como jugadores un domingo en uno y otro en otro? ¿Se imaginan que, además, fuesen los árbitros de esos partidos? Es difícil imaginarlo.
Pero sí les digo que el mismo personaje, secundado por algún secuaz, es el empresario taurino de un festejo en el que, además, se lidian sus propios toros y torea el torero que apodera él mismo, no nos resulta tan extraño. La farsa de la empresa taurina radica en la confluencia de actividades, que deberían desarrollarse de forma independiente, en una o varias personas que en realidad son la misma.
Esto produce una adulteración del espectáculo taurino sin parangón con cualquier otra actividad cultural, artística o deportiva.
El colmo de ver a toreros siendo empresarios de las plazas en las que se anuncian es algo siniestro. No se trata entonces de que vayan a defender los derechos del espectador (que los tiene), si no de que únicamente va a defender los suyos propios (EN TODOS LOS ASPECTOS).
Y ojo, que esto que parece tan catastrofista y que ingenuamente alguien puede pensar que son casos puntuales, es realmente catastrófico, porque se constituye en una forma de trabajar en la que los empresarios/apoderados/ganaderos/(en ocasiones toreros) convierten el empresariado taurino en un zoco donde se utiliza el trueque como uso comercial ("Tú me pones aquí, yo te pongo allí, tú me compras mis toros, yo te anuncio en mi plaza, tú pones al que apodero, yo te pongo a ti"...)
Todo esto convierte a la empresa taurina en la más cutre de cualquiera de las actividades empresariales que conozco. Todo esto hace que las oficinas de las empresas taurina huelan mal; que los circuitos sean cerrados a cal y canto; que las injusticias con toreros y ganaderos que no forman parte de “los elegidos” sean sangrantes; y, sobre todo, que lo que acabamos viendo en la plaza no sea el espectáculo que queremos ver.
Si fuese Presidente del Gobierno (parece ser que basta con que me presente tres veces para asegurarme la elección), impondría por Decreto que ningún empresario taurino que apoderase a un torero pudiese presentarse a un concurso para una plaza de primera o segunda, ni a ningún ganadero, ni mucho menos a un torero.
Acercando desde lo más taurino y añejo, la propia tienta, a los aspectos más vanguardistas y novedosos en los que intervenga el orbe taurino; cultura, tecnologia, información, personajes, clásicos, taurinos, plazas y sobre todo un protagonista, "El Toro"