Por fin os puedo ofrecer el testimonio gráfico de nuestro fin de semana en Holanda. Probamos la increíble experiencia de salir de marcha en bicicleta, asistimos a una boda, comimos el famoso queso holandés y por supuesto terminamos el viaje en un coffee shop.

Nos lo pasamos de lujo y fue genial volver a reencontrarnos con Fred, que vino desde Bélgica sólo para pasar un rato con nosotras. A la feliz pareja, Esther y Jothan, les deseamos lo mejor, muchas gracias por tratarnos tan bien y Esther querida enhorabuena por ese pedazo marido que te has agenciado ¡tú si que sabes jodia!

Por fin he visto las estrellas del otro lado del mundo y me he reencontrado con algunos de los amigos de los que me despedí hace ahora un año. Al volver a verlos fue como si no hubiera pasado el tiempo, como si en realidad no nos separara un océano y al día siguiente nos fuéramos a encontrar otra vez en clase.

Fue maravilloso volver a compartir habitación con Mariana, preparar caipiriñas con Marcelo, abrazar a Flavio, pasear por Montevideo con Diego y reír de nuevo con Lucía. Pero el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar, como dice el tango y aunque una parte de mí se hubiera querido quedar para siempre en la playa de Cabo Polonio, en la Plaza de Mayo y la esquina de Ipiranga con la Avenida de Sao Joao, no me ha quedado más remedio que volver a España con la esperanza de que pronto haya un nuevo reencuentro.

Un beso muy fuerte a todos mis amigos del hemisferio sur y a los amigos de mis amigos y sus familiares que me trataron con tanto cariño y me hicieron sentir una más. ¡Hasta pronto!

Se acabaron las terrazas de verano y las cañas en el chiringuito de la playa, vuelve la rutina laboral y con ella los buenos própositos de enmienda, el principal apuntarse al gimnasio para perder los kilos de más acumulados durante las vacaciones. Por mi parte además de con los kilos, también he vuelto con jet lag, sin un euro y más blanca de lo que me fui, pero como dice la canción ¡que nos quiten lo bailao!

Aqui os dejo un video con los mejores momentos de nuestro viaje a Nueva York, con lo divertido que es levartarse en la ciudad que nunca duerme y lo duro que resulta ponerse en pie a golpe de despertador... ¡Feliz regreso a todos!

¡Y vaya que si nos fuimos!, cómo no ir a un país donde la cerveza es más barata que el agua y todavía se puede fumar impunemente en lugares públicos, lástima que el tiempo fuera algo regulero y uno de los días nos lloviera, pero por lo demás la visita a Elena resultó muy divertida. Atentos al de la camiseta roja que sale en la última foto, es nada menos que el Vicentin alemán, no paramos hasta que conseguimos que nos enseñara el baile del pollo, todo un éxito en las pistas de tecno germanas.
Mis disculpas si la calidad de imagen no es muy buena, pero todavía no me he acostumbrado a la tecnología Mac.

Después de un casi un mes juntos, compartiendo clases, noches de fiestas, confidencias, canciones, hambre, resacas y muchas borracheras, me ha tocado despedirme de mis nuevos amigos, hacer las maletas y volver a la realidad.

No podría resumiros en un post todas las conversaciones, todas las risas, todos esos buenos ratos que hemos pasado juntos, como tampoco puedo describiros el olor de la Habana, ni la cadencia lenta con la que pasaba el tiempo, sin más preocupaciones que las de disfrutar al máximo cada segundo.

Un beso muy fuerte para mi Luchi, para Diego, Sonia, Carmen, Joaquin, Mariana, Flavio, Panda, Javier, Cecilia, Oscar, Marcelo, Tiago, Wagner, Chiqui, Mónica y demás amigos con los que coincidí en el camino y a los que algún día espero poder reencontrar.

Aprovechando que esta noche se entregan los Oscar y que tengo una sección de viajes totalmente olvidada por alguna parte del blog, voy a contaros lo de aquella vez que fui a Hollywood, por si a alguno le interesa, que imagino que no, pero es que el resto del mundo está de resaca y pasan de mí, así que me resulta imposible actualizar con algo mejor.

Pues bien, esta historia comienza en el calusoro verano de 2004. Yo acababa de llegar a Phoenix, donde había quedado con mi amigo Italo para emprender juntos un viaje en coche que nos llevaría hasta Los Ángeles, a través del desierte de Arizona.

Siempre me había imaginado Los Ángeles como una especie de paraiso de los famosos, con playas llenas de simpáticos guaperas a lo Mitch Buchannon y avenidas empedradas de glamour por las que se paseaban las estrellas de cine cuando no estaban rodando.

Sin embargo Los Ángeles que yo me había imaginado tenían poco que ver con los que me encontré en mi viaje. Estaba ante una ciudad enorme, imposible de recorrer sin coche, que daba la sensación de haberse exapandido a lo ancho sin ningún tipo de planificación urbanística ni control.

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Cuando tienes la desoladora convicción de que no hay nada más después de la muerte, sabes que lo único que quedará de ti algún día será una lápida con tu nombre. Visitar cementerios se convierte entonces en algo más que un pasatiempo macabro, en algo que trasciende el simple juego de adivinar quién se esconde tras el nombre grabado en una losa de granito, y aunque suene estúpido, me reconforta pensar algún día quizá un extraño también se pare frente a mi sepulcro para indagar quién fui. Yo temo más al olvido que a la dama de la guadaña.

Hace unos días descubrí por casualidad en un blog de literatura un post sobre el cementerio parisino de Pere-Lachaise. Me alegró saber que no soy la única aficionada a los camposantos que anda suelta por la red, y recordé mi paso por aquella enorme necrópolis, abonada de genios, en cuyos panteones descansaba lo más selecto de la cultura europea del otro siglo (y algún intruso americano que llegó hasta allí por los caprichos del azar).

Es curiosa la sensación que provoca encontrarse de frente con esos mitos a los que ni el tiempo ha conseguido convertir en polvo... Inspirada por aquel post os dejo algunas fotos de las tumbas más ilustres que he visitado en estos años.

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