Reconozco que me he hecho adicta a Cambio radical, ese programa que devuelve la sonrisa y los dientes perdidos a tanta gente feuna. Pero por lo visto no es botox todo lo que reluce y algunos participantes han quedado descontentos con el cambio, aqui os dejo uno de esos casos:
Candela abrió el balcón de la salita para ventilar el cuarto y comenzó a limpiar el polvo del aparador, un viejo mueble de caoba donde se apilaban marcos de fotos antiguas, figuritas de porcelana y hasta una colección de cincuenta soldados de la II Guerra Mundial, de la que ya sólo quedaban treinta y cinco, la mayoría mutilados por el tiempo y las múltiples caídas entre el suelo y el aparador. En medio de todo aquel caos decorativo había una vieja televisión de veinte pulgadas sobre la que reposaba orgullosa la figura de una mujer flamenca con un vestido rojo de faralaes.
Candela sacudió con paciencia el polvo de los treinta y cinco soldados pero cuando le llegó el turno a la muñeca flamenca noto que estaba empapada, y de su vestido rojo se desprendí aun pequeño reguero de agua desteñida que resbalaba por la pantalla del televisor. Extrañada miró a la muñeca, que pese al chaparrón aun conservaba la sonrisa y enseguida comprobó que el agua procedía de una gotera en el techo de la sala.
Si un día sales de trabajar antes de lo normal mejor será que llames para avisarlo, de lo contrario corres el riesgo de encontrate con una sorpresa desagradable, como le ocurrió al bueno de Cayetano...
Era sábado por la noche y no tenía ningún plan, no es que me apeteciera especialmente salir, en realidad la sola idea de meterme en un antro cargado de humo me daba mucha pereza, pero tampoco me entusiasmaba desperdiciar así el fin de semana. No sé si estaba deprimida por mi falta de planes o era simplemente gula, el caso es que me fui a uno de esos supermercados que abren las 24 horas y me compré dos botes de un litro de helado: uno de Ben and Jerry´s de chocolate con brownie y otro de Haägen Dazs de vainilla con nueces de macadamia. Abrí los dos tarros a la vez y me senté frente al televisor.
Tuve suerte, en la dos echaban una película de Peter Bogdanovich que no había visto. Los protagonistas eran unos jovencísimos Jeff Bridges y Cybill Shepherd, no debían tener más de 23 años, los dos eran rubios y guapísimos, entonces recordé que a Cybill Shepherd le llamaban el sandwich porque en sus años mozos le gustaba montárselo con dos tíos a la vez, lo contaba ella misma en su autobiografía; yo siempre la había tomado por una actriz modosita, más bien aburrida, pero resultó que en los 70 se había tirado a medio Hollywood incluyendo a Elvis y al propio Bogdanovich.
Macondo no esta en el Caribe, ni escondido tras el sopor de las aguas de una cienaga de Colombia, ni siquiera en las páginas de los libros que reposan en los escaparates de la Gran Vía. Esta más cerca de nosotros, entre la gente que vive en los suburbios de las grandes ciudades, en el ruido del tráfico a la hora punta, en el sabor grasiento de los rollitos de primavera y en todos aquellos mundos cotidianos que aun nos quedan por descubrir. Si pasas por Macondo no te olvides de mandarme una postal.
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