Decía el tango que el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar, pero yo no estoy huyendo me dijo muy convencido, claro que sí, le contesté yo, todo el que para encontrarse a si mismo tiene que buscarse en lugares lejanos es porque huye de algo, aunque sólo sea de la rutina.
Relefexionó un momento con la vista perdida en la puesta de sol sobre el agua, puede ser, me dijo y se llevó el gin tonic a los labios como dando por zanjado el tema.
Quise memorizar aquel momento: el agua, la puesta de sol y el gin tonic, así podría usarlo todos esos meses que él estuviera fuera, meses en los que no tendría el consuelo de sus llamadas cuando estuviera triste, ni los emails diarios que amenizaban mi horario de oficina, ni aquellas conversaciones intrascendentes en las que creíamos estar cambiando el mundo las noches de borrachera.
Macondo no esta en el Caribe, ni escondido tras el sopor de las aguas de una cienaga de Colombia, ni siquiera en las páginas de los libros que reposan en los escaparates de la Gran Vía. Esta más cerca de nosotros, entre la gente que vive en los suburbios de las grandes ciudades, en el ruido del tráfico a la hora punta, en el sabor grasiento de los rollitos de primavera y en todos aquellos mundos cotidianos que aun nos quedan por descubrir. Si pasas por Macondo no te olvides de mandarme una postal.
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