Euridice esperaba con calma y desgana la fiesta de la noche. Sus amigas habían preparado el festejo y aunque realmente no le veía sentido ni le apetecía en demasía, no quería desagradarlas, eran sus compañeras de siempre, las conocía desde la infancia. Y quería compartir con ellas la dicha de su futuro matrimonio con Orfeo.
Recordaba con nostalgia el momento en que conoció a Orfeo, era un joven que no agradó a su entorno, desaliñado en el vestir y de laxas costumbres, le consideraron frívolo y despreocupado, no había conseguido terminar sus estudios universitarios y se pasaba todo el día con su guitarra eléctrica de un lado para otro. Las más de las veces tocando en el metro o jardines y otras en algún pub de un amigo, que le invitaba a las copas y poco más.
- "Sólo se puede querer una vez" -Martín decía esto cada vez que le dejaban.
"Esta noche salimos hasta las tantas. Posiblemente ni nos movamos del sitio. Lo veremos llenarse de gente forastera, poco a poco al principio y, a eso de las 12 de la noche, ya por grupos cada vez más insistentes. Hasta que nos echen de la barra, aquí a la vera de la camarera que, tras cuatro o cinco copas, me la voy a declarar amor profundo. Para realizar un sueño, pibe: meterse en la cama a la reina rubia del bar, claro. Una tía de 1'80, con pechos redondos como manzanas, con esas caderas desnudas bajo la goma del top hasta el cinturón plateado de fantasía. Y esta noche, o mañana por la mañana, porque ya será mañana cuando se vaya y me diga que no, que no, por última vez, antes de cerrar y negarme la última copa, y marcharse con otro en un coche bajo, rojo, metiéndola mano por el pantalón, blanco, que no disimula el tanga, duro, de vinilo o de leopardo.
Cuentos y Descuentos.